Cuando una persona se encuentra a si misma,
ya no busca la aprobación del otro,
la completud de la media naranja,
que le agradezcan o devuelvan favores,
que la vida sea equitativa,
que la quieran,
que la respeten,
que la valoren.
Ya no busca recompensas ni dadivas.

Cuando una persona se encuentra a sí misma
se sabe creadora
y aprecia la sincronía que la vida le muestra
y agradece los símbolos que danzantes se presentan ante sus ojos abiertos.
Y ve puertas donde antes había cerrojos
Y corre las cortinas que ayer resultaban pesadas persianas.
Y el velo imaginario se desvanece.
Ya no llora por supuestas injusticias.
Y si tropieza con alguna piedra,
tal vez llore un ratito
pero luego se levanta, se sacude y continúa
porque sabe que al tropiezo sobreviene la comprensión.

Cuando una persona se encuentra a sí misma,
ya se sabe entera y perfecta,
y al serlo, ya lo tiene todo en sí.
Luz y oscuridad,
paz y rebeldía
víctima y victimario.
Y sabe que no necesita nada de afuera para completarse
y para ser feliz.
Cuando una persona se encuentra a si misma,
brinda felicidad y armonía
sin importarle a quién o el por qué
sin someterla a juicios subjetivos,
o si lo «merece» o no.

Y con su luz,
va por la vida
tejiendo entresueños,
cantando vivencias,
bailando momentos,
sanando dolencias,
brindando sus dones,
alumbrando el mundo,
sanando almas.
Cuando me encuentro conmigo misma.
Autora: Paula Herchcovich